La rueda de la vida no se detiene
En el año 2011 me encontraba sin un rumbo muy claro. No sabía si quería dedicarme a la Comunicación Social (tras el paso del tiempo llegué a recibirme a pesar de las dudas), y quería con todas mis ansias independizarme y comenzar una vida "adulta", tomando mis propias decisiones.
Fue un comienzo de año que nos golpeó a toda la familia, por el fallecimiento de mi abuela Ruth. Pero, tal rueda de la vida, un final se convertiría en un principio. Yo no pensaba dedicarme a las artesanías, pero ahí estaba: sin trabajo y con la propuesta de mi papá de tomar las riendas del taller de mi abuela.
Primero para ir probando, y él se haría cargo. Pero en seguida tomé ritmo. Aprendí rápido y descubrí que me era un oficio que me gustaba. Me guiaba por lo que recordábamos mi familia y yo de haber visto innumerables veces a mi abuela cortando formitas de metal, trabajando con los cinceles, soldando.
Así fue como yo me introduje al laberinto.
Un poco de historia
Ruth Varsavsky, la creadora de este taller, el alma que reside en cada pieza fabricada.
Además de ser una persona con una creatividad desbordante, era una mujer que brillaba. Tenía una personalidad muy atractiva, de sonrisa cálida y palabra inteligente.
Durante mi infancia, ella vivía en Buenos Aires. Recuerdo su taller, en una de las habitaciones del departamento, iluminado por un gran ventanal. La mesa enorme y maciza llena de cosas, con móviles colgando del techo, y ruedas de la vida en las paredes.